Por siempre el lobo en mí deseará la oveja en ti.
El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la sopa o el trago. Se puede provocar, pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas. No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en los mercados, infalibles brebajes con garantía y todo.
Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban. Los presos estaban encapuchados: pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar, estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.
Pinio Ungerfeld, me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor:
-Algunos teníamos mala letra -me dijo- otros eran unos artistas de la caligrafía.
La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie; en cárceles y cuarteles y en todo el país, la comunicación era delito.
Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos a través de la pared.
Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores: discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuestas.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso- reveló -. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Hola preciosa.
Te veo nerviosa, es por las cicatrices?
Quieres saber como me las hice?
Ven aquí, mírame.
Estaba casado; era muy guapa, como tú, me decía que me preocupaba demasiado, que tenía que sonreír más.
Le gustaba el juego, y se endeudó con quien no debía, un día le rajaron la cara, no podíamos pagar su cirugía, ella no aguantaba más.
Yo quería volver a verla sonreír, quería que supiera que no me importaban sus cicatrices, así que, me metí un cuchillo en la boca, y me hice esto, yo solo. Y sabes qué? Ella no podía ni mirarme. Me dejó.
Ahora le veo la gracia.
Estoy siempre sonriendo.
Perdoné errores casi imperdonables, hice cosas por impulso, me decepcioné de personas que pensé que nunca me decepcionarían.
Pero también yo decepcioné a alguien, abracé para proteger, reí cuando no podía, hice amigos eternos, amé y fui amada.
Pero también, ya fui rechazado, grité y salté de tanta felicidad, viví de amor e hice juramentos eternos pero fallé muchas veces... lloré oyendo música y viendo fotos, llamé sólo para escuchar una voz, me apasioné por una sonrisa, pensé que me moriría de tanta tristeza. Y por cuestiones inexplicables, sigo viva.
Regla Uno- La vida no es justa, acostúmbrate a ello.
Regla Dos- Al mundo no le importará tu autoestima. El mundo esperará que logres algo, independientemente de que te sientas bien o no contigo mismo.
Regla Tres- No ganarás US$5.000 mensuales justo después de haber salido del instituto y no serás un vicepresidente de una empresa con coche de empresa hasta que hayas terminado el instituto, estudiado y trabajado mucho.
Regla Cuatro- Si piensas que tu profesor es duro, espera a que tengas un jefe. Ese sí que no tendrá vocación de enseñanza ni la paciencia requerida.
Regla Cinco- Dedicarse a voltear hamburguesas no te quita dignidad. Tus abuelos tenían una palabra diferente para describirlo: le llamaban oportunidad.
Regla Seis- Si metes la pata, no es culpa de tus padres, así que no lloriquees por tus errores; aprende de ellos.
Regla Siete- Antes de que nacieras, tus padres no eran tan aburridos como son ahora. Ellos empezaron a serlo por pagar tus cuentas, limpiar tu ropa sucia y escucharte hablar acerca de lo super guay que eres y lo carca que son ellos. Así que antes de emprender tu lucha por las selvas vírgenes contaminadas por la generación de tus padres, inicia el camino limpiando las cosas de tu propia vida, empezando por tu habitación, escritorio, armario y estuche.
Regla Ocho- En la escuela puede haberse eliminado la diferencia entre ganadores y perdedores, pero en la vida real no. En algunas escuelas ya no se pierden años lectivos y te dan las oportunidades que necesites para encontrar la respuesta correcta en tus exámenes y para que tus tareas sean cada vez más fáciles. Eso no tiene ninguna semejanza con la vida real.
Regla Nueve- La vida no se divide en semestres. No tendrás vacaciones de verano largas en lugares lejanos y muy pocos jefes se interesarán en ayudarte a que te encuentres a ti mismo. Todo esto tendrás que hacerlo en tu tiempo libre.
Regla Diez- La televisión no es la vida real. En la vida cotidiana, la gente de verdad tiene que salir del café de la película para irse a trabajar.
Regla Once- Sé amable con los "NERDS" (los más aplicados de tu clase). Existen muchas probabilidades de que termines trabajando para uno de ellos.
A veces, estamos tan cerrados de la mente que ya todo lo que hacemos, lo vemos como si lo hiciéramos mal, si alguna vez las cosas no salieron como te lo esperabas, esta bien, lo que cuenta es que lo intentaste, tenes que confiar en vos, vivir tu vida sonriendo, a pesar de los problemas... Seguir adelante y nunca rendirte, a veces las personas hablan nada más por que tienen boca y no saben lo que dicen, no saben que con tan solo una palabra pueden cambiarle la vida a las personas pero tenes que ser fuerte, al mal tiempo, buena cara, tenes que resolver tus problemas de una forma buena, y no tener una mente negativa.